Vuelo 5


Vuelo 

          Recordando otros tiempos...

                   No había vuelto a salir a surcar mis cielos porteños. Para serles sincera, no tenía ganas, ha estado lloviendo y cuando eso sucede, prefiero quedarme en mi nidito viendo caer las gotas de lluvia, aunque a veces extrañe los vuelos mágicos y estimulantes. Me quedé en mi nido y me puse a evocar tiempos pasados. Voy a tratar de recordarlos fielmente, aunque no creo que pueda, porque los años no pasan en vano y a veces las gaviotas también olvidamos memorias.
                        Fue una vez, cuando paseamos hacia el puente de los españoles. En realidad fuimos dos veces, y tal vez en esta oportunidad se me entremezclen los recuerdos de un paseo con el otro, pero no creo que eso importe, porque el lugar siempre será el mismo. Le narraré como gaviota lo que viví como persona:
                     Nos reunimos un grupo de amigos , y decidimos caminar por esos intrincados caminos hasta el sitio que se imaginaba hermoso. Habíamos escuchado mucho sobre ese paseo y todos queríamos hacerlo. El camino no era fácil. Eso ya lo sabíamos, pero nos animaba el gran deseo de pasar un día espectacular. Llegamos en vehículo rústico por la carretera hacia San Esteban pueblo, adentrándonos en el Parque Nacional San Esteban.
                                 Pasamos por el frente de las hermosas casas que allí hay. Caserones coloniales de familias notables de la región, entre las que reconocí el caserón de Raquel Capriles y Federico Brandt, primo de mi esposo. Hermosa casa rodeada de espléndidos jardines donde muchas veces estuvimos de visita y donde nuestra querida Raquel contaba sus cuentos de aparecidos, para quedarnos en franca conversación familiar. También pude reconocer  la casa de los Romer. Llegamos hasta la zona del río y allí dejamos los vehículos que nos llevaron hasta allí, por lo cual seguimos en caminata libre. Llegamos a una zona donde había un pequeño embalse que es esa que nos deja ver en primera instancia la antigua toma de agua de la empresa Hidrocentro, y que creo llaman Las Lajas, si mal no recuerdo. Allí observamos el río que baja por este sendero y que surte a gran parte del pueblo y un poco más allá. Nos habían informado que el paseo duraría unas dos horas para llegar al puente de los españoles, por supuesto, íbamos todos, familia y amigos en fila india y observando toda la belleza del lugar, por caminos intrincados y estrechos. Mi hijo, de unos ocho o nueve años, cargaba un morral grandísimo donde había colocado agua, comida, ropa, chocolates, cuchillo, en fin un equipo, que según él, era de supervivencia, pero que en cada subida le pesaba más y más, hasta el punto de tirarse al suelo de espaldas pareciendo una tortuga acostada sobre el caparazón y siendo motivo de risas entre el grupo. Seguimos la ruta y los árboles se fueron juntando formando túneles, el camino de tierra se iba cerrando y las aves se sentían más libres de entonar sus cantos. Pasamos pequeños precipicios, nos rodeaban bellas mariposas azules, vimos pequeños riachuelos, pasamos por encima de algunos troncos caídos y comenzó a llover, una de esas lluvias dulces y silenciosas que llamamos aguacerito blanco o garúa. Escuchamos a los lejos el canto del pájaro campana, algo hermoso e increíblemente diáfano, inolvidable. También pudimos sentir los gritos de los araguatos y sus movimientos cautelosos entre los árboles, vimos perezosos colgando de los árboles y sentimos el silencioso ronroneo de los pumas de montaña. Transcurren las dos horas que nos había asegurado  que duraba el recorrido y aún no vemos el puente. Después de mucho caminar, bajar y subir por caminos de tierra húmeda y resbaladiza, llegamos a una parte baja atravesada por el río. Afortunadamente había grandes troncos de árboles caídos y pudimos pasar hacia el otro lado. Una media hora más tarde desde ese punto  se abrió  ante nuestros ojos un pozo cristalino y algo profundo, rodeado de vegetación,  de verdor esmeraldino, de buena altura. Era imposible no  lanzarse a sus aguas, entregarse a la belleza de la naturaleza, sin embargo me contuvo el agua tan helada. Allí estuvimos  durante un rato en muda contemplación del lugar, viendo como un colibrí se bañaba en las aguas del río, y como las mariposas y las abejas buscaban las flores para posarse en ellas. En esa zona hay una flor muy hermosa llamada “Rosa de montaña”, que es típica de la zona. Es una flor grande de color rojo, de una belleza incomparable. En esa zona estábamos a la mitad del camino para llegar al puente de los españoles. Como habíamos salido muy temprano de la casa, podíamos seguir adelante, tratando siempre de calcular el tiempo para poder regresar antes que nos sorprendiera la obscuridad y corrieramos el riesgo de perdernos. Seguimos el camino, cansados, sedientos y matando mosquitos, pero emocionados por la experiencia de vivir esos momentos tan íntimos con la naturaleza exuberante que nos rodeaba. Al fin, después de caminar un largo rato más, se abrió ante nuestros ojos la belleza del Puente de los españoles.
                    El Puente de los españoles es una imponente estructura de forma ojival, la cual tiene 62 metros de largo; 8,53 metros de ancho y que cuenta con una elevación desde su cúspide hasta el agua de 16,6 metros, en dicha construcción fueron utilizados alrededor de 14 mil ladrillos en tiempos de la colonia, cuando ese era el paso de los españoles desde la zona de Valencia hasta Puerto Cabello. 
               Este paisaje emblemático de la zona de San Esteban, tiene una gran  importancia histórica, arquitectónica y arqueológica y se localiza entre los municipios Puerto Cabello y Valencia, albergando una extraordinaria diversidad de flora y fauna en sus paisajes que se vislumbran en un trayecto de 43 kilómetros aproximadamente. 
                   Una vez allí los chicos se lanzaron al agua helada, venían sudorosos y agotados. Los mayores también fueron derechitos al agua. Yo no, yo me quedé en la orilla mojando pies y manos, porque no soporto el agua helada. Después de un merecido descanso, y una comida ligera, emprendimos el regreso a casa. La ruta nos ofreció las mismas bellezas, los mismos trajines, los mismos gritos de araguatos, los mismos cantos de pájaros campanas y guacamayas, loros y pericos, los mismos animales en los árboles, los perezosos, los monos, el sonido de los cunaguaros y pumas, las mariposas, y las chicharras, y las risas y alegrías de todos nosotros, después de haber disfrutado de un extraordinario paseo que no todos han tenido el privilegio de disfrutar, y de una zona semi selvática que no todos han logrado traspasar. Fue una experiencia inolvidable y en otra oportunidad logramos repetirla. Pero en nuestras memorias y en nuestros corazones siempre quedará el recuerdo del día que fuimos al Puente de los españoles

Mariposa azul vista en el Puente de los españoles


Vista del Puente de los españoles




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