Vuelo 4

Vuelo 4
17 de Julio 2018
Revoloteando

                  Hoy me desperté al alba, y salí de mi nido para disfrutar desde mi atalaya, la belleza del sol saliendo por detrás de los cerros, tratando de abrirse camino a través de los árboles de caoba frondosos, que crecen en la avenida principal de Tejerías, casualmente por donde queda mi nido. Altos y centenarios árboles donde por las mañanas vienen a armar su gritería y bullaranga las guacharacas y los loros, y también algunos pericos de los llamados "carasucia" que animan el día con sus reclamos y vocerío, y por supuesto su colorido y alegría, comiendo insectos que anidan en los troncos y ramas centenarias.
                   Salí pues, y una vez que llené mis ojos de la belleza del momento, de la salida del sol , sobre un cielo azul, donde iba dejando matices amarillos, naranja y rojos, como si en vez de un amanecer fuese un atardecer, aspiré el suave aroma de las pequeñas florecitas de caoba, de color amarillo crema, y vi sobre las aceras, las hojas caídas durante la noche, bañadas todavía por el fino rocío del alba. Salí a recorrer mi Puerto Cabello, para ver que encontraba que llenara mis sueños de ese día.
                       Partí entonces, con mis alas desplegadas al viento, con mis ojos llenos de la belleza del momento, y con mi corazón ansioso de descubrir nuevas bellezas de mi Puerto Cabello. Recorrer esos cielos bellos e impetuosos de mi puerto, llenos de fragancias salobres.
                        Primeramente me dirigí a los cielos que cubren la zona de la urbanización Cumboto, porque quería observar qué era lo que sucedía a esa hora por esos lados. Sobrevolé el mar y pude darme cuenta que estaba tranquilo como generalmente lo está, a pesar de que en esa zona a veces se encrespa un poco. Pero a esa hora, de ese día,  las olas fluían con dulzura, con la ternura de una caricia suave. Esas olas que nos envuelven con su paz y tranquilidad cuando nos acercamos a ellas, cuando nos salpican con su rocío salobre de recuerdos marinos, de sueños de poetas y sirenas, de canciones de mar.
                     Después de recrearme en la contemplación de mi mar querido, remonté y regresé hacia la ciudad, acercándome por las adyacencias de la zona del malecón porteño. Encontré a la ciudad todavía dormida a esa hora, temprano, aún con el sol bostezando.
                          La ciudad duerme. Duerme tranquila y pacífica bajo un cielo que cubre las montañas de una suave calima, también llamada calina. Se ven mis montañas, algo empañadas y adormecidas con esa fina capa de calima. Encontré una ciudad llena de puertas cerradas, de postigos ciegos a esa hora, y aprecié la soledad  y la tranquilidad de mi puerto.
                              Casas cerradas, calles solitarias, y tranquilidad en el ambiente. Poca gente por las calles, algunos que quizás se levantaron temprano para llegar a tiempo a sus trabajos. Pocos niños vestidos de escolares, acompañados de la mano amiga de la madre o el padre. Algunos haciendo colas en las paradas de autobuses, otros caminando poco a poco a su destino, aprovechando que el sol aún no se había decidido a calentar como suele hacerlo, como si quisiera quemar todo a su paso.
                     Decidí regresar a mi nido a esperar la hora fresca de la tarde para salir de nuevo y disfrutar del atardecer. Sin embargo, lamentablemente mi día se entristeció y puso lágrimas en mis ojos de gaviota. Al llegar a la zona de Tejerías, pude apreciar algo que me heló la sangre en las venas. Estaba sucediendo un crimen ecológico contra algunos de los hijos de la madre naturaleza. Varios de sus hijos centenarios, dos hermosas caobas, altaneras y cimbreantes y un sobrio almendrón, estaban siendo talados sin piedad por una mano asesina a esa hora. Estas hermosas caobas eran nido y casa de multitud de pericos mañaneros, que llegaban alborotando el día con su vocerío, de guacharacas gritonas que se añadían al concierto, de periquitos que comían y jugaban entre sus ramas, de iguanas saltonas que comían insectos, en fin, de una fauna acostumbrada a vivir allí. Esos gritos anunciaban el día y nos llenaban de alegría, como se los comenté al despertarme esta mañana. 
                       Lamentablemente , la mano asesina, del mal llamado progreso, tomó el hacha traicionera y fue acabando con sus ramas poco a poco, cercenándolas, acabándolas, hasta llegar al tronco que impávido se desgarró y cayó al suelo. ¿Y para qué? Para que un vecino pudiera complacer a la compañía de teléfonos y les "despejara" el ambiente para poder ellos reponer con mayor comodidad los cables que habían sido robados. No importaron mis revoloteos tratando de evitar el asesinato. Tampoco mis gritos y voces pidiendo ayuda. Ahora yacen allí, en medio de la calle, los cuerpos muertos de aquellas caobas centenarias, que alguna vez nos ofrecieron su sombra en momentos de calor y  que dieron cobijo a una variada fauna. Quién me diría, esta mañana, cuando desperté y disfruté viendo mis árboles de caoba, frondosos, alegres y bellos, con  su algarabía de aves, que en la tarde, serían solamente cuerpos muertos tirados en la calle. Hoy la madre naturaleza, llora la pérdida de tres de sus hijos árboles que nos daban alegría, sombra, oxígeno y vida. Es por esa razón que mi alma se llenó de dolor y tristeza y le escribí este pequeño homenaje a mis caobas:

A UN ÁRBOL DE CAOBA
(Romance)


Arbolito de caoba
hoy te cortaron de cuajo,
y en esta mañana triste
te sentiste abandonado.
Llegaron manos malvadas
tus brazos fueron quebrados,
mientras de tí derramaba
la savia que ibas llorando.
¿Dónde dormirá el lorito
y anidará el arrendajo?
La guacharaca parlante
no desgranará su canto,
ni la iguana sigilosa
se comerá los gusanos,
porque el hombre con su sierra
la vida hoy te ha quitado,
más yo lo siento arbolito,
porque a tus flores extraño,
la fragancia que dejabas
cuando pasaba a tu lado,
y la sombra que nos dabas
en los días soleados.
Hoy te recuerdo caoba
de verte por tantos años,
¡y que una mano asesina
con tu vida haya acabado!
Lo siento caoba, amiga,
el que no pude evitarlo
a pesar que reclamé
lo que te hizo ese insensato.
Tu tronco que ya está muerto
van comenzando a extrañarlo
las hormigas y los grillos
que en él iban anidando.
Caoba descansa en paz,
tu cielo ya está ganado.


Original de María Inés Arrabal
(Princesmain)
Todos los derechos reservados



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