Y sí, allí estaba al fin...El mar
de mis sueños, el mar de mis temores y mis miedos, el mar que siempre ha
formado parte de mi vida en Puerto Cabello. Ese mar que
respeto y ese mar que disfruto ver cada mañana, desde mi cielo azul. A ese mar
que llega tranquilamente a bañar las piedras del Malecón de Puerto Cabello y a
dejar en ellas el olor salobre y marino que las caracteriza. El mar que baña el
faro de Punta Brava, donde las olas rompen inclementes su furia contra las piedras y las paredes ancianas e históricas del Castillo de San
Felipe. Ese mar que guarda tantos secretos en sus profundidades, como suspiros
de enamorados desde sus orillas.
Un mar tan azul, que alguna vez fue objeto de
poesías y canciones y que por su belleza y tranquilidad dio origen al nombre de
mi ciudad. Alguien dijo, hace muchos años, que sus aguas eran tan tranquilas
que podía atarse un barco con un cabello y por eso se le dio el nombre de
Puerto Cabello.
En realidad el origen del nombre de mi Puerto Cabello,
tampoco está establecido. Algunos historiadores sostienen que a mediados del
siglo XVI un aventurero y contrabandista, de nombre Andrés Cabello, estableció
una base de operaciones en la zona, donde fondeaba sus embarcaciones y
almacenaba sus mercancías, dando origen a una pequeña población que con el
tiempo tomó su nombre. Lo cierto es que el nombre Puerto Cabello aparece por
primera vez en 1578 por Juan de Pimentel.
En fin, les ruego disculpen que me haya puesto a divagar
sobre este tema, pero sin querer lo he hecho. Se imaginarán ustedes que las gaviotas también tenemos nuestro corazoncito y a veces nos dejamos llevar por las emociones. Yo prefiero quedarme con la parte
poética que les comenté en primer lugar. La de las canciones hermosas y la música dulce y melodiosa.
Cambié mi rumbo, y
decidí dar un pequeño paseo por el malecón, para apreciar su belleza a estas
tempranas horas, cuando está solitario y silencioso. Pude volar sobre lo que
llaman “La Planchita”, que es la zona donde llegan las lanchas que traen y
llevan a los trabajadores y personal que están del otro lado, donde está el
Castillo de San Felipe y del cual los separa una franja de mar, estrecha eso
sí, pero de buen calado para que por ahí pasen los barcos que llevan su carga
hasta los muelles. Luego vi la Plaza Flores, plaza de mis recuerdos y que
bellamente ha sido ilustrada en la canción de Italo Pizzolante titulada “Puerto
Cabello” y que nos dice: “Son de acuarela tus tardes, en la Plaza Flores,
cuando un domingo paseando, también tuve amores”…
Y ciertamente… los tuvimos. Allí paseamos los domingos, parejitas
de enamorados, después de la misa dominical, tratando de tomarnos de las manos (en mi caso de gaviota, las alitas) al menor descuido de los padres. Allí se comía helados, y se suspiraba ante la
belleza del atardecer sobre el mar, sentados en los pequeños bancos junto al
borde, cerca del mar, tan cerca que a veces los salpicaban las pequeñas olas. Y
tal vez, si se hacía muy tarde, se pasaba a la calle de enfrente, calle 24 de
Junio, donde estaba un local en donde preparaban las famosas arepas de Briceño,
únicas y recordadas arepas rellenas. Inolvidables, incomparables arepas de
Briceño. ¿Quién no las comió en el Puerto Cabello de antes? ...¡Qué cantidad de recuerdos!...¡Qué cantidad de nostalgias!...¡Qué tiempos aquellos!...Quizás las gaviotas no tengan recuerdos, pueden pensar ustedes, pero sí, si los tenemos...y en este momento...recuerdo...que...¡No había visto la hora!...¡Se me hace tarde!...
Compartiré ese recuerdo en mi próximo viaje...
Son de acuarela tus tardes...en la Plaza Flores...
Y también lo son desde el malecón...Cuando el sol se oculta...
Atardecer desde el malecón de Puerto Cabello
Vista del malecón, cuando el suave oleaje, lame las piedras, en una mañana tranquila.
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Fotos tomadas de la web


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